La noción de “lo local” trasciende límites físicos y zonas geográficas, lo local tiene que ver con territorio, interacciones, identidad y reconocimiento propio social. Repensar lo local, sin embargo, también implica tener en cuenta lo global, las relaciones de poder nacionales o internacionales, la educación, los modelos económicos, la ciencia y la tecnología a escalas mayores. Todo este contexto como referencia, debe servir para ver desde otra perspectiva lo local, para, sin dejar de reconocer la influencia externa, entender que lo sustentable y sostenible es posible, que otras formas de conocimiento y de cultura son importantes y que es indispensable poner de relieve la autonomía, el autoreconocimiento y la identidad, sin que esto signifique configurarse en islas o marginarse en espacios aislados.
En un mundo donde la globalización lleva a la uniformidad y homogeneidad en las ideas, visiones y acciones, la historia local como estudio, ejercicio y producto es importante, por la reivindicación de “la diferencia” y la valoración del accionar de las personas en un contexto local. Este “tipo” de historia, también, es un mecanismo de fortalecimiento de la identidad de los pueblos y la resignificación de las cotidianidades de las comunidades.
La historia local es, además, una fuente de valores e ideológica positiva para las nuevas generaciones y una forma de balancear el orden mundial, nacional o regional con el local.

El desarrollo, con una visión más de acuerdo con la de Max Neef, en el que el ideal no es el poderío económico, la construcción de edificaciones modernas o la implementación tecnológica per se, tiene en la historia local un verdadero motor. Una comunidad que se reconoce a sí misma en el tiempo y en el espacio como producto de procesos históricos, de la evolución del entorno natural y humano, podrá fijarse metas y objetivos comunes que determinarán las fuerzas y acciones que favorezcan su propio desarrollo.